- Vous ne savez pas lire?... ça ne fait rien
C'est un livre... On n'a pas besoin de savoir lire pour le lire
C. F. Ramuz
El gobierno totalitario del futuro imaginado por Bradbury abomina del libro y reprime su existencia material por el fuego... la resistencia opone la política de “un hombre un libro”. Hasta el punto en que nos va tocando vivir "ese futuro”, el poder es tan indiferente con los libros que el buen Bradbury se debe sentir desairado.
En efecto: los libros circulan en la expansiva nebulosa de datos digitales en que vivimos -la red internet- ocupando un modesto pero sólido ancho de banda. Existen proyectos en marcha que pretenden digitalizar todos los libros del universo, hay bibliotecas digitales donde pronto se podrá encontrar todo libro existente que pase a ser de dominio público. Finalmente muchos de los libros que aun tienen el privilegio de los derechos de autor, circulan ilegalmente para quienes urgidos por la áspera necesidad o por el vicio solitario de la lectura, hubieran podido volverse insensibles a la dulce tangibilidad del libro.
En mi modesta experiencia, pretender leer libros completos de extensión regular en el monitor de una computadora de escritorio o laptop ES IMPOSIBLE. Pero, puesto que yo no soy una persona digital nativa, estoy lejos de pretender que mi experiencia se pueda generalizar. SI es posible, en consecuencia, conjeturar una generación de humanos que no conozca los libros en su soporte “papel”, sino en algún refinado sucedáneo de un monitor de computadora.
Mi vivo interés en el tema se explica en que con el tiempo y la internet me he hecho de por aquí y por allá, de manera más o menos legal, de una mayúscula cantidad de “libros” en formato digital (e-books). Tantos libros como nunca soñe poseer... mi único problema es que no puedo leerlos en el monitor de mi computadora. Y esto me llevó a postular un adminículo parecido a una tableta con una pantalla que me permitiera leer el texto y ver ilustraciones sin reflejos molestos ni esfuerzo adicional para mis ojos, pasar las páginas, hacer búsquedas, hacer anotaciones, instalar otro libro al terminar el actual. Además el aparato debía ser ligero, portable, muy cómodo entre las manos, razonablemente resistente a accidentes, con baterías de duración infinita y de precio asequible. No estaría de más que el aparato permitiera que una voz sintetizada me lea el texto si siento fatigan en los ojos y alguna música de fondo eventualmente.
Como suele ocurrir con muchos de los retoños del árbol vetusto de mi imaginación, el tal aparato ya estaba inventado. Aunque no hubiera terminado de inventarse todavía.
El desarrollo de este dispositivo de lectura de e-libros, cuyo inmodesto fin es darle fin a la era de la forma códex del libro -16 siglos- es uno de los senderos menos dichosos que le ha tocado recorrer a los ejércitos usualmente victoriosos de la tecnología de la información. La era digital tiene en sus registros muchas vías dolorosas, discretas, en oposición a los éxitos fulgurantes que le son habituales. Muchos intentos de “arrasar el mercado” sufrieron terribles derrotas y fueron ridiculizadas por la experiencia. Por ejemplo, “la computadora que sólo servía para conectarse a internet” o los “software de reconocimiento de voz”. Pero tal vez ningún fracaso ha sido tan reiterado, o ningún progreso tan minúsculo como el concerniente al “dispositivo dedicado para la lectura de e-books”. Los primeros intentos datan de hace más de 10 años y los logros en seducción del mercado son de orden infinitesimal, si se los compara con booms tecno-comerciales como el del video digital, los celulares, dispositivos para oír mp3, etc. El soñado dispositivo capaz aliviarnos de la dificultad de leer libros en las pantallas de las computadoras, por diferentes razones, demora en realizarse.
El último de los intentos -a finales del 2007- por terminar con esta espectacular racha de ignorados fracasos pertenece a Amazon, la empresa de comercio por intenet que empezó su fortuna con la venta del libros. “Kindle” es el nombre comercial del “libro” capaz de contener todos los libros.
Bajo el aspecto material que les hemos conocido, los libros mantienen su discreta gloria a pesar de los embates de las hordas tecnológicas ¿Qué es eso que tienen los libros que es tan difícil de superar? ¿Cuál es la rara virtud de estos aparentemente modestos conglomerados de papel, tinta y goma?
La respuesta es compleja. Aun en el más humilde de los paperbacks, los tipos se dibujan sobre la dócil superficie del papel con una gloriosa nitidez y precisión. Las recientes tecnologías e-paper/e-ink no llegan más que a un optimista acercamiento a esta bondad. Además las pantallas de los dispositivos digitales para leer libros no puede dejar de ser reflectiva, configurando una molestia que no demora en hacerse perceptible.Los libros tienen energía propia e inagotable.
Los dispositivos de lectura de e-books necesitan baterías para funcionar, las cuales deben recargarse por lo que necesitan otro aparato recargador y naturalmente, una provisión de corriente eléctrica.
Los libros no son indestructibles pero son muy resistentes a los avatares de la vida cotidiana. No es gran tragedia si llegaran a caerse de las manos (a menos de que se trate de un Inca). Pueden aceptar una alta dosis de maltrato, o amor fanatizado o disfuncional y hasta pueden ser transitoriamente usados como proyectiles o almohadas. Los dispositivos de lectura de e-books no son mucho menos frágiles que una laptop y nadie se atrevería a dejar la lectura por un instante para desperezarse y aventar graciosamente el dispositivo a donde caiga.
Los dispositivos de lectura de e-books son por el momento notablemente caros (US $ 400) y esto modera los ímpetus experimentales de la mayoría de lectores. Por motivos de costo y seguridad, entonces, no son apropiados por ahora ni para niños, ni para a personas desprevenidas, ni menesterosas.
La flexibilidad de los paperback permiten una comodidad muy apreciada por los lectores cuya importancia podría ser determinante. La lectura en dispositivos de electrónicos está basada en tabletas rígidas que contienen en su interior chips de material semiconductor y una circuitería delicada que deben ser protegidos del contacto con el exterior mediante un blindaje apropiado. Es poco probable que la tecnología permita a corto plazo que el dispositivo pueda mimar la flexibilidad de los paperback.
Tampoco se trata de que el “dispositivo de lectura” tenga que imitar a la perfección las comodidades de lectura que ofrecen los paperbacks. En todo avance tecnológico se producen transacciones, pero en todos los casos el toma y daca debe convencer consistentemente al usuario de que obtiene una ventaja. La última de las mutaciones de la forma del libro, de volumina a codex, se operó a lo largo de 3 siglos. Tal vez la idea de que una década baste para obrar otra revolución en este ámbito sea demasiado optimista.
En el futuro tan temido de Farenheit 451 los libros pugnan por perdurar alojándose en un hombre. La tecnología nos propone la posibilidad de un futuro en que cada hombre llevar consigo todas las bibliotecas del mundo.
sábado, junio 03, 2006
domingo, mayo 28, 2006
EL PASADO DEL LIBRO
Escritura y Libro
Consideremos la escritura de un parte policial, un artículo periodístico, un billet doux, aun la caligrafía redentora de Los Sutras sobre la piel del monje, el trazado de El Nombre sobre la húmeda arena de la playa...
En todos los casos anteriores se trata de transmitir un mensaje o de ensayar alguna sumaria forma de magia. El propósito de la escritura se completa y se agota al llegar a su destino, real o imaginado. Es claro que con estas escrituras se busca un resultado más o menos práctico y no aspiramos a conferir a nuestro mensaje ninguna trascendencia.
La cosa cambia cuando se trata de escribir un libro, Nuestro Libro. El libro está predestinado a la inmortalidad, no importa que se trate de un paperback o de un incunable, que hable de cocina o de metafísica. Llegar hasta el fin de los tiempos es el propósito inmanente del libro. 15 siglos antes de cristo los egipcios ya tenían una idea al respecto, según puede deducirse de la costumbre de enterrar a los difuntos con una copia del “Libro de los muertos”.
El libro también abre la posibilidad de transportar su materia y su contenido a los confines del mundo, difundirlo urbi et orbi. El libro es un instrumento diseñado para que la creación de un mortal pueda expandirse en el espacio y el tiempo: cuando un poeta tiene la voluntad de poner sus apasionadas cuartillas en una bella organización de cartulinas, papel, goma y tinta, está preparando su inspiración para un largo recorrido: el ancho mundo y la eternidad.
La forma del libro
La escritura precede históricamente al libro, o a lo que conocemos como libro. Se ha escrito sobre piedras, conchas, huesos, sobre sarcófagos y muros de piedra, sobre papiros y sobre pergaminos, sobre tabletas de arcilla y de cera. En tiempos recientes sobre los fósforos de un monitor de computadora. No todas estas formas de escritura pretendieron llegar a ser libros. La forma del libro tiene una larga y, sin duda, no acabada historia.
Cuando al finalizar el siglo IV los cristianos destruyeron la biblioteca de Alejandría y sus 500,000 volúmenes (con el malaventurado propósito de acabar con la memoria del paganismo), ésos libros no tenían la forma que hoy les conocemos. Hasta esa época la forma predominante del libro fue la de los volumina: pliegos de papiro pegados de longitud variable que se desplegaban (y enrollaban) entre 2 soportes de madera. Se leían extendiendo sobre una mesa la sección apropiada del rollo. El texto estaba escrito en columnas verticales. Las ceremo-
nias religio-
sas judías conservan la lectura de La Torah
en este venerable formato.
Normalmente era necesario ir desenrollado por un lado y enrollando por el otro, de tal manera que “el hojeo” estaba vedado y el saltar entre dos puntos apartados del texto resultaba una labor casi imposible. El formato imponía a la lectura un progreso secuencial en cierta medida forzado por lo aparatoso del sistema. Así mismo imponía la posición de pie. La lectura no era una actividad ni solitaria ni silenciosa: los espacios entre palabras en la escritura no existían tal como los conocemos y tampoco existían las mayúsculas. La economía del esfuerzo también favorecía la lectura grupal, que permitía comparar y discutir las "lecturas" para mejor comprender un texto. Borges encontró testimonio del cambio de la antigua manera grupal de leer a la moderna solitaria y silenciosa en “Las Confesiones” de San Agustín (nacido en el siglo IV), donde el obispo de Hipona cuenta que su maestro San Ambrosio tenía la excéntrica costumbre de leer a solas.
Alrededor del siglo IV después de un imperio de 3 milenios la forma volumina declinó, a la par que el imperio romano de occidente. El nuevo orden tenía como denominador al cristianismo y con él, el libro asumió la forma códex.
El códex otorga al libro la forma de paralelepípedo con que lo hemos conocido. Pliegos de pergamino liados por un lado y con tapas gruesas para su mejor conservación. La lectura del códex permite la ubicación del texto buscado saltando rápidamente entre las páginas, lo cual alivia la casi obligatoria lectura secuencial de los volumina haciendo posible por lo menos, una lectura eventualmente “no lineal”, a la manera de “Rayuela”.
El desarrollo posterior del libro en occidente hasta llegar a la forma que nos es familiar pasa por los siguientes hitos: introducción del papel en el siglo X, invención de la imprenta de Gutenberg en el siglo XV, el abaratamiento de los libros en el siglo XVIII (por la urgencia de las sociedades bíblicas de Inglaterra y USA por difundir la palabra de Dios, y el uso de la máquina de vapor para la fabricación de papel).
Aunque se conoce que en el siglo XIX existían ya los libros llamados "paperbacks", es decir, de tapa flexible, pegados con cola (no cosidos) y de bajo precio, recién en los años de la segunda pre-guerra se hicieron ampliamente aceptados por los lectores. En la actualidad, es la forma de libro más popular. Permite una lectura cómoda a las ingentes masas de trabajadores y estudiantes que se trasladan diariamente en los transportes públicos, a quienes descansan en los parques, playas o cafés, y notoriamente a quienes han tomado la costumbre de leer en posición yacente. El paperback le quitó solemnidad a la lectura y le otorgo al libro un atributo antes no conocido: la flexibilidad. Mucho más importante de lo que aparenta a un primer golpe de vista.
Llegando a finales del siglo 20, el advenimiento y entronización de las computadoras, propone después de 16 siglos, una alternativa factible a la lectura de libros del tipo codex: los libros digitales. (continua en "El futuro del libro")
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