martes, febrero 10, 2009

Su atención por favor

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Según la docta opinión del Dr. Marco Aurelio Denegri, una de las desventajas del cine con relación al DVD, es que en el cine la función no puede ser detenida en cualquier momento para retomarla después con un ánimo más apropiado. Aunque algunas veces he hecho uso de esta improbable ventaja, creo que normalmente las historias que se cuentan en el cine están diseñadas para ser contadas de un solo tirón, así como las historias que se presentan en forma impresa están diseñadas generalmente para una lectura discontinua.

Sin embargo, ocurre con frecuencia que a pesar de que ya hemos visto una película "en DVD", vamos al cine para verla otra vez "en pantalla gigante". No es tan extraño. No hay aficionado al cine que no haya ido a ver la misma película más de una vez, y eventualmente, hasta el mismo día. Pero no hay duda de que hay películas que parecen clamar por ser vistas en una sala cinematográfica en mayor medida que otras.

Entre las posibles explicaciones para este hecho, hay una que surge casi de inmediato: "voy al cine por la calidad superior de la imagen y del sonido de la sala cinematográfica".

A inspección simple, esta es una respuesta plausible. Sin embargo, un examen más detenido permite apreciar en ella una verdad comprobable, pero insuficiente. La "calidad de la imagen" con que veo las películas de 0.7 o 1.4 GB en un televisor analógico de pantalla ancha de 30 pulgadas de diagonal, es cada vez menos imperfecta y en muchos casos indistinguible de la calidad de imagen "oficial" de un DVD comercial (4+ GB). Es claro que no es el cine, pero me basta para saciar mi ansia de dejarme contar historias extraordinarias presentadas bajo ese formato.

Y a pesar de ello, sigo yendo al cine... especialmente cuando la película abunda en grandes planos generales (como en las de tema épico) que parecen reclamar una imagen de tamaño descomunal. Pero, ¿es realmente el tamaño del ecran una respuesta definitiva? No es que el tamaño relativo de la pantalla puede también obtenerse si me acerco lo suficiente a la pantalla del televisor?

En "Being Digital", Nicolas Negroponte denunció -aunque para la television- la levedad de la idea de que una mejor calidad de imagen es clamor urgente y universal de los televidentes. Los 15 años transcurridos desde entonces, son aleccionadores: el ansia popular por la alta definición en la tele es casi nula. Aun ahora que muchos tienen en casa un televisor habilitado para HD, muy pocos parecen conmoverse por que la oferta disponible de programación en alta definición continúe siendo cercana a cero. Por el lado contrario, la calidad lamentable de la imagen del video de internet "tipo YouTube" es aceptada con alborozo por los auditorios masivos.

En el ámbito de la exhibición del cine, la idea parecería corroborarse: es casi común que los Cine Clubs sobrevivientes ofrezcan a su feligresía, en "pantalla gigante", las muy objetables proyecciones de películas que han sido diseñadas para un televisor. Aun los cinéfilos parecen aceptarlas sin quebranto, como sus antecesores de hace 25 años aceptaron la menguada imagen del Betamax o VHS en los televisores. No hay sorpresa entonces: los Cine Clubs actuales no actúan contra natura al exhibir proyecciones de DVD, ya que los cinéfilos jamás han rasgado sus vestiduras por "la calidad de la imagen". Los actuales están mas ansiosos por disfrutar el acto social de la función "de cine", los de antaño abrazaron el pobre VHS como un complemento del acto social y en aras de reparar el déficit tercermundista de información sobre el estado del arte.

Ni el fervor por la calidad de imagen, ni el tamaño de la pantalla sería entonces argumento suficiente para explicar a plenitud la persistencia del público en asistir a la salas de cine. Podría serlo tal vez la calidad claustral que ofrece la sala oscura?

La atención espontánea de un auditorio es el bien más preciado por quienes se disputan el privilegio de llegar con un mensaje. Mientras más sutil el mensaje que se desea transmitir, mayor la necesidad de un auditorio atento. El público que asiste a las salas cinematográficas pagaría primordialmente por condiciones de aislamiento o inmersión que faciliten el enfoque de la atención y agudicen la receptividad sensorial.

El espacio social e individual contemporáneo, impone muchos y muy demandantes apelativos a la atención del individuo. El ansia de estar permanentemente comunicados que se manifiesta en la presión de celulares, correos electrónicos, mensajes de texto, toda la variedad de facebooks, hi5s, y un vasto etc. hace de la atención espontanea e ininterrumpida un bien tan precioso como raro. La escritora americana Maggie Jackson publicó el año pasado el libro "Distracted: The Erosion of Attention and the Coming Dark Age" donde aborda el inquietante tema del hombre moderno ante un océano de información disponible, y al mismo tiempo solicitado por una multitud agresiva de estímulos predadores de su atención.

El cine (las bibliotecas, la misa, y algunos pocos espectáculos) vienen prevaleciendo a duras penas en esta atmósfera infestada de parásitos de la atención. Un simple artefacto doméstico como el televisor, obviamente no puede salvarse de las filtraciones distractoras del mundo exterior hipercomunicado e imperioso.

Mediante el pago de una entrada entonces, las personas estarían adquiriendo condiciones que por tiempo limitado le facilitarán prestar toda la atención posible a la historia que se les ofrece y a los estímulos sensoriales asociados (algo semejante a lo que problemente ocurría en los fumaderos de opio). La sala de cine ofrece respaldo para la atención exclusiva con un écran de gran dimensión destinado a ser el punto de atención teóricamente exclusivo. La oscuridad de la sala minimiza hasta donde es posible la presencia de los otros espectadores. El sonido capaz de crear un espacio sonoro efectista pero aun verosímil, aporta también a este intento de inmersión total en la realidad de la ficción. Además está la sociedad anónima pero estimulante de probables congéneres.

El timbrazo de un celular en plena función o alguien que en la butaca vecina se pone a responder un mensaje de texto o revisa su correo en su ipod, podrían entonces ser semejantes a virus informáticos que han burlando un firewall debilitado por el tiempo y por el asedio continuo. Una defensa monumental y hermosa pero probablemente inútil como la muralla china.