lunes, octubre 05, 2015

El hombre que solo quería regalar libros (III)

Por Gonzalo Tapia
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Para Jasita,
maestra rural
Asuntos inapropiados

El hombre más poderoso de la tierra, en quien un cambio repentino de humor o  un gesto ambiguo podían desencadenar consecuencias planetarias, era protagonista de un escándalo mayúsculo. Ya no le era posible mantener la serenidad que se exige a quien detenta un poder casi ilimitado. En opinión de sus encarnizados adversarios, el presidente había salpicado de lujuria los recintos más emblemáticos de la democracia. Después de negarlo por algún tiempo –agregando la mentira a la acusación– y solo cuando la evidencia no le dejó más escapatoria, el mandatario convino en reconocer como “relaciones inapropiadas” las que sostuvo con una joven y robusta voluntaria en la Casa Blanca. Los Estados Unidos, nación fundada por cuáqueros y puritanos, y el mundo entero, estaban divididos entre los que podían permitirse pasar por alto los arrebatos privados del presidente y los que exigían su destitución inmediata por el insuficiente gobierno de sus apremios.
El día 8 de octubre de 1998, el Congreso de los Estados Unidos decidió que el presidente Clinton, debía ser investigado para determinar si podía o no permanecer en su cargo. Con muy menor notoriedad, en esas mismas 24 horas, ese mismo Congreso, se había ocupado también de un tema menos espectacular que el impeachment presidencial: sin mucho trámite concedió una nueva extensión temporal de los derechos de autor. Apenas habían pasado 20 años desde la última vez que los afortunados publicadores de contenidos americanos solicitaron y lograron la anterior extensión.
Michael Hart, fundador del Proyecto Gutenberg...
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miércoles, abril 22, 2015

El hombre que solo quería regalar libros (II)

Por Gonzalo Tapia

Los guardianes

François Truffaut –y eventualmente Ray Bradbury, en su primera novela Fahrenheit 451– propusieron una sociedad futura hipercontrolada por el poder político que, en nombre del bien común, había condenado a los libros (junto a las casa de sus dueños) a arder en el fuego. En la reiterativa historia universal, esto ya había ocurrido muchas veces: el primer imperio chino, el cristianismo virulento del siglo IV, el Tercer Reich y otros, ya habían intentado vanamente acabar con los libros inconvenientes.

En ese inventado mundo totalitario, el gobierno pretendía imponer a sus súbditos un estado de felicidad obligatoria, y para lograrlo consideraba primordial el exterminio de los libros. Una red clandestina de lectores impenitentes se oponía ardientemente mediante la práctica de un método capaz
de ocultarlos en almacenes indetectables por la entidad represiva especializada. Se trataba de extirpar a los libros de su materia mundanal –y combustible– para ponerlos a buen recaudo: cada miembro de la resistencia debía memorizarse “el suyo” de principio a fin. De esta laboriosa manera, los textos regresaban, con fines de almacenamiento y preservación temporal, al abrigo maternal de un lugar semejante al de su creación: un cerebro humano.

domingo, marzo 22, 2015

El hombre que solo quería regalar libros (I)




Por Gonzalo Tapia

A mi amigo Oque Zimic, imprescindible
 animador de estos escritos


A la llegada de los años 70, el mundo se preocupaba del futuro con justificada gravedad.
Los soviéticos desplegando sus misiles tras la cortina de hierro, listos para el zarpazo final, y los chinos agitando turbulencias bajo el cielo con su Revolución Cultural, parecían estar ganándole la guerra fría a los Estados Unidos de la era Nixon. Los jóvenes americanos se movilizaban contra la guerra de Vietnam a la vez que producían una música extraordinaria –como sus parientes anglosajones de ultra mar– y exploraban sin descanso todas las puertas posibles de la percepción. Entre tanto, nosotros los americanos del sur, nos aprestábamos a abandonar sumariamente la prehistoria de la humanidad, tratando de seguirle el paso a la adelantada Cuba con nuestra cuota de revoluciones. En Chile, en la Argentina, en el Perú y en todas partes intentá- bamos atolondradamente seguir la consigna guevarista de crear muchos Vietnam.
 De alguna manera sin embargo, el curso de los acontecimientos nos permitía sospechar que el control real del futuro lo tendría el que detentara el poder nuclear y nos abriera el camino –como las carabelas de Colón– hacia la luna y las estrellas. Para la imaginación popular, las computadoras no habían ganado todavía más que un papel modesto: eran apenas herramientas auxiliares pero hiper costosas para científicos... (continuar leyendo o bajar el pdf)