domingo, mayo 28, 2006

EL PASADO DEL LIBRO


Escritura y Libro
Consideremos la escritura de un parte policial, un artículo periodístico, un billet doux, aun la caligrafía redentora de Los Sutras sobre la piel del monje, el trazado de El Nombre sobre la húmeda arena de la playa...

En todos los casos anteriores se trata de transmitir un mensaje o de ensayar alguna sumaria forma de magia. El propósito de la escritura se completa y se agota al llegar a su destino, real o imaginado. Es claro que con estas escrituras se busca un resultado más o menos práctico y no aspiramos a conferir a nuestro mensaje ninguna trascendencia.

La cosa cambia cuando se trata de escribir un libro, Nuestro Libro. El libro está predestinado a la inmortalidad, no importa que se trate de un paperback o de un incunable, que hable de cocina o de metafísica. Llegar hasta el fin de los tiempos es el propósito inmanente del libro. 15 siglos antes de cristo los egipcios ya tenían una idea al respecto, según puede deducirse de la costumbre de enterrar a los difuntos con una copia del “Libro de los muertos”.

El libro también abre la posibilidad de transportar su materia y su contenido a los confines del mundo, difundirlo urbi et orbi. El libro es un instrumento diseñado para que la creación de un mortal pueda expandirse en el espacio y el tiempo: cuando un poeta tiene la voluntad de poner sus apasionadas cuartillas en una bella organización de cartulinas, papel, goma y tinta, está preparando su inspiración para un largo recorrido: el ancho mundo y la eternidad.

La forma del libro
La escritura precede históricamente al libro, o a lo que conocemos como libro. Se ha escrito sobre piedras, conchas, huesos, sobre sarcófagos y muros de piedra, sobre papiros y sobre pergaminos, sobre tabletas de arcilla y de cera. En tiempos recientes sobre los fósforos de un monitor de computadora. No todas estas formas de escritura pretendieron llegar a ser libros. La forma del libro tiene una larga y, sin duda, no acabada historia.

Cuando al finalizar el siglo IV los cristianos destruyeron la biblioteca de Alejandría y sus 500,000 volúmenes (con el malaventurado propósito de acabar con la memoria del paganismo), ésos libros no tenían la forma que hoy les conocemos. Hasta esa época la forma predominante del libro fue la de los volumina: pliegos de papiro pegados de longitud variable que se desplegaban (y enrollaban) entre 2 soportes de madera. Se leían extendiendo sobre una mesa la sección apropiada del rollo. El texto estaba escrito en columnas verticales. Las ceremo-
nias religio-
sas judías conservan la lectura de La Torah
en este venerable formato.

Normalmente era necesario ir desenrollado por un lado y enrollando por el otro, de tal manera que “el hojeo” estaba vedado y el saltar entre dos puntos apartados del texto resultaba una labor casi imposible. El formato imponía a la lectura un progreso secuencial en cierta medida forzado por lo aparatoso del sistema. Así mismo imponía la posición de pie. La lectura no era una actividad ni solitaria ni silenciosa: los espacios entre palabras en la escritura no existían tal como los conocemos y tampoco existían las mayúsculas. La economía del esfuerzo también favorecía la lectura grupal, que permitía comparar y discutir las "lecturas" para mejor comprender un texto. Borges encontró testimonio del cambio de la antigua manera grupal de leer a la moderna solitaria y silenciosa en “Las Confesiones” de San Agustín (nacido en el siglo IV), donde el obispo de Hipona cuenta que su maestro San Ambrosio tenía la excéntrica costumbre de leer a solas.

Alrededor del siglo IV después de un imperio de 3 milenios la forma volumina declinó, a la par que el imperio romano de occidente. El nuevo orden tenía como denominador al cristianismo y con él, el libro asumió la forma códex.

El códex otorga al libro la forma de paralelepípedo con que lo hemos conocido. Pliegos de pergamino liados por un lado y con tapas gruesas para su mejor conservación. La lectura del códex permite la ubicación del texto buscado saltando rápidamente entre las páginas, lo cual alivia la casi obligatoria lectura secuencial de los volumina haciendo posible por lo menos, una lectura eventualmente “no lineal”, a la manera de “Rayuela”.

El desarrollo posterior del libro en occidente hasta llegar a la forma que nos es familiar pasa por los siguientes hitos: introducción del papel en el siglo X, invención de la imprenta de Gutenberg en el siglo XV, el abaratamiento de los libros en el siglo XVIII (por la urgencia de las sociedades bíblicas de Inglaterra y USA por difundir la palabra de Dios, y el uso de la máquina de vapor para la fabricación de papel).

Aunque se conoce que en el siglo XIX existían ya los libros llamados "paperbacks", es decir, de tapa flexible, pegados con cola (no cosidos) y de bajo precio, recién en los años de la segunda pre-guerra se hicieron ampliamente aceptados por los lectores. En la actualidad, es la forma de libro más popular. Permite una lectura cómoda a las ingentes masas de trabajadores y estudiantes que se trasladan diariamente en los transportes públicos, a quienes descansan en los parques, playas o cafés, y notoriamente a quienes han tomado la costumbre de leer en posición yacente. El paperback le quitó solemnidad a la lectura y le otorgo al libro un atributo antes no conocido: la flexibilidad. Mucho más importante de lo que aparenta a un primer golpe de vista.

Llegando a finales del siglo 20, el advenimiento y entronización de las computadoras, propone después de 16 siglos, una alternativa factible a la lectura de libros del tipo codex: los libros digitales. (continua en "El futuro del libro")